Es doctor en Ciencias Sociales por la UNQ (2004) y licenciado en Filosofía recibido en la Universidad Católica Argentina (1997). En la actualidad se desempeña como Investigador adjunto de Conicet y es docente en varias instituciones. Sin embargo, aunque el presente lo encuentra consolidado, el camino no fue tan directo. Hasta 4° año del secundario tuvo la certeza de que estudiaría física, pues sentía una fuerte atracción por el mundillo de los números. No obstante, un profesor de su querido La Salle (Ciudad de Buenos Aires) modificó su rumbo y encendió una pasión oculta: la filosofía.
Más tarde continuó su formación en filosofía de la ciencia y la pregunta por las raíces del conocimiento robustecieron sus dimensiones. Su tesis de doctorado constata esta premisa al examinar si las teorías científicas inventan o más bien descubren los fenómenos que describen. En este marco, advirtió que uno de los campos más interesantes para abordar era el de la astronomía antigua, un escenario plagado de virtudes y contradicciones.
¿Puede una persona sentir pasión por la física, estudiar filosofía pero finalmente investigar astronomía? Sí. Carman obtuvo una beca, armó las valijas y se fue a Estados Unidos a trabajar con James Evans, uno de los principales exponentes en el campo. Durante los últimos seis años corre tras las huellas de un invento diseñado hace más de dos milenios: una tecnología que exprime su cerebro y concentra su atención.