Sabina Frederic es doctora en Antropología Social e investigadora del Conicet. Es docente en la Universidad Nacional de Quilmes y dirige el proyecto “Moral y Emoción en la Configuración de las Fuerzas Militares, Policiales y de Seguridad de la Argentina Contemporánea”, radicado en el Departamento de Ciencias Sociales. En 2014, recibió el Premio Nacional Producción 2010-2013 del Ministerio de Cultura de la Nación, en la categoría ensayo antropológico por su libro “Las trampas del pasado: las Fuerzas Armadas y su integración al Estado democrático en Argentina”. Además, como si sus logros académicos no fueran suficientes, ocupó un cargo en la función pública al desempeñarse como subsecretaria de Formación del Ministerio de Defensa entre 2009 y 2011, desde el cual asumió la conducción civil de la política de educación militar en el país.
En esta oportunidad narra de qué manera la investigación antropológica puede ser útil para quebrar sentidos comunes y construir una perspectiva alternativa respecto de la otredad y lo desconocido, al tiempo que explica el modo en que el trabajo de campo adquiere un sentido político siempre que participa -a mediano o largo plazo- de las discusiones libradas en el seno del espacio público.
-Usted es antropóloga, ¿por qué estudió la moral y las emociones en las fuerzas armadas y la policía?
-Hay varias razones y circunstancias divergentes. En 2003, había culminado mi doctorado con una investigación sobre moralidad y política en un municipio del Gran Buenos Aires. Publiqué el libro al año siguiente y quedé bastante preocupada por la imposibilidad de producir algo novedoso que me resultara interesante.
-¿Por qué?
-Pienso que había dedicado mucho tiempo a investigar la moral y la profesionalización de los políticos durante los noventa. Como el material que había escrito hacía referencias al militante social -con tanta actividad durante la crisis de 2001- fui demandada para reescribir una y otra vez diversos pasajes y para colaborar con diferentes organismos. La idea central era que el clientelismo no se trataba de la categoría más importante para comprender ciertos procesos políticos y la construcción de nuevos actores. Lo trabajé tanto que un día sentí que ya no tenía nada nuevo para aportar.
-¿Y qué hizo entonces?
-Tenía en la cabeza un suceso que me había llamado mucho la atención: el homicidio de Ezequiel Demonty en el Puente Alsina allá por 2002. Los policías lo obligaron a cruzar nadando el Riachuelo, luego de haberlo torturado. Ese episodio fue tan impactante que comencé a leer mucho sobre el modo en que se explicaba el abuso policial en Argentina en relación a otros países. En efecto, empecé a examinar aquello que creía que más se había descuidado en la literatura anglosajona, interesada en el secreto, la lealtad y su espíritu corporativo. El modo en que las condiciones de vida de los policías intervienen en los sucesos mediados por el abuso de la fuerza. Intuía que de este modo se ratificaba la distinción social con la víctima, en circunstancias donde las fronteras con el policía quedaban desdibujadas. El caso Demonty daba buena cuenta de este mecanismo.
-Es decir que ocupó un espacio vacante…
-Sí, porque las investigaciones estaban más centradas en la crítica y en la denuncia de las acciones que las fuerzas de seguridad realizaban. La idea rectora era hacer trabajo de campo con la policía y los militares; convivíamos con ellos y participábamos de las actividades para comprender la lógica con la que realizaban sus tareas. Para conocer algo más respecto a su mundo.
-Y en su mundo, ¿cómo participan la moral y las emociones?
-El refuerzo de la moral y los valores es algo recurrente, sirve para formatear el temple y el carácter. Ello implica una sociabilidad emocional en la medida en que deben aprender a controlar sus impulsos y a dominar emociones que en otros ámbitos no requieren ser cuidadas y controladas. La disciplina los distingue de otros ciudadanos y reconocen un poder delegado del Estado para hacer uso de la fuerza pública. Las grietas y sus comportamientos, la norma y las excepciones -finalmente- hacen a la comprensión de este tipo de dimensiones, atravesadas por sus rutinas en condiciones de riesgo y violencia.
-La política y la seguridad constituyen temas centrales para la ciudadanía. Pienso que existe un trasfondo -un sentido subyacente- que orienta el curso de elección de aquello que usted investiga.
-Sí, por supuesto. Para realizar una investigación que aporte conocimiento relevante es necesario dejar a un lado la agenda. Ello, por supuesto, no impide el diálogo entre uno y otro espacio. En contraposición, todo lo que produzco tiene sentido en la medida en que en algún momento pueda relacionarse con lo que efectivamente acontece en el espacio público. Sin embargo, hay que tener en claro que si se investiga para responder de manera inmediata a la coyuntura política, los resultados no van a ser buenos. Por ello, la investigación básica aporta a largo plazo y no en períodos breves. La híper-demanda y la necesidad de soluciones intelectuales a temáticas “calientes” (como es la seguridad, la represión, el abuso policial, la ineficacia, etc.) mina sus trabajos y limita las posibilidades. La ciencia tiene otros tiempos.
-Por último, ¿de qué manera se realiza un trabajo de campo a partir del acceso a esferas -como la política, la policial o bien la militar- que a priori parecen infranqueables?
-La política permite a llegar desde ciertos lugares, pero la trastienda siempre es inaccesible. Todas las instituciones y organismos tienen zonas vedadas. El primer acceso siempre es más difícil.
-¿Cómo fue su primer contacto con la policía?
-La primera vez fue mucho antes de que fuera funcionaria o asesora en el ámbito político. Tenía contactos mínimos, entonces, a partir de una reunión de la policía bonaerense pude dialogar con una persona que -en aquel momento- ejercía un cargo jerárquico importante. Fue quien me abrió el camino para realizar el trabajo. Por supuesto que hay épocas más fáciles y otras más difíciles.
-¿Por ejemplo?
-La Reforma policial de Carlos Arslanián (designado ministro de Seguridad de Buenos Aires en 1998), para bien y para mal abrió el campo de la misma manera que lo hizo la llegada de Nilda Garré al Ministerio de Defensa en 2005. No es simple hacer trabajo de campo pero se puede; hay que respetar sus reglas y negociar puntos de vista. Brindar credibilidad a la perspectiva del otro. Eso en el campo se nota y genera confianza.